Inflación. La palabra que nadie quiere escuchar pero aparece como una bola de nieve a corrernos. Hoy vamos a desarmarla y conocer realmente qué es la inflación y si hay algo que podemos hacer para que nos afecte menos.
La definición de diccionario indica que la inflación es el “aumento sostenido y generalizado de los precios de los bienes y servicios de una economía a lo largo del tiempo.” Un ejemplo básico es cuando vamos al supermercado el día 1 del mes y, cuando volvemos el día 20, hubo un aumento de precios en muchos artículos.
En Argentina el organismo encargado de medir la inflación es el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) y lo hace a través del Índice de precios al consumidor (IPC). Este último muestra la evolución de los precios de los productos y servicios más consumidos por las familias en el país. Si sube de manera constante, la capadidad de ahorro de la población es menor y, también, se van a poder comprar menos productos por la misma cantidad de plata. Como consecuencia, la moneda pierde su valor y se crea incertidumbre a su alrededor.
En menor o en mayor medida, impacta en todos los bolsillos. La suba de precios generalizada tiende a afectar más a quienes tienen menores ingresos, sin embargo, la percibe toda persona persona que va al supermercado y paga servicios e impuestos.
¡Qué pregunta capciosa! Epa, qué palabrita metimos. Pero no nos distraigamos. La realidad es que la inflación en sí misma no es mala, pero su impacto se torna negativo cuando la relación entre el aumento de los sueldos y el aumento de la inflación pasa a ser muy desproporcionada. Por ejemplo, si un litro de leche aumenta un 10% en dos meses, los sueldos también deberían ver ese incremento. En la economía local esta situación raramente se da, lo que genera un desequilibrio entre los sueldos y el precio de los productos.
Si nos detenemos a analizar las consecuencias positivas de la inflación, podemos ver que este aumento ayuda en la reducción del valor de las deudas. ¿Cómo, cómo? Bancá un toque que lo traducimos al castellano en un periquete: si -por ejemplo- compramos un lavarropas en 48 cuotas sin interés, muy probablemente le “ganemos” a la inflación, ya que el valor real de este gasto a medida que paguemos las cuotas, cada mes será menor. Sin embargo, una inflación alta también genera preocupación, incertidumbre y motiva a que las personas decidan ahorrar y evitar los gastos. Esto genera recesión por la falta de actividad económica y uuuf… ¡se abre otra ventana!
Este aumento de precios tiene como una de sus consecuencias, que el dinero pierde valor y es muy difícil poder planificar a largo plazo, ya que se ven constantes subas y cambios de precios.
¿Qué podemos hacer? La respuesta es invertir. Como ya te contamos, no tenemos que dejar nuestra plata quieta o guardada debajo del colchón. Si bien las alternativas de inversión que le ganen al índice de inflación son pocas, lo importante es mantener nuestro dinero en movimiento: podemos usar fondos comunes de inversión, el ahorro en moneda extranjera, o la compra de criptomonedas como una forma de resguardarnos ante la inflación.
Al fin y al cabo, la inflación es un fenómeno del cual no podemos escapar pero es clave saber que tenemos herramientas a nuestro alcance para pelearla y lograr que nuestro dinero rinda un poco más.
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